El miedo a perder, es peor que la pérdida en sí misma. Aunque quizás la palabra «perdida» no sea demasiado acertada, ya que se pierde algo que previamente se ha tenido, luego, ausencia es seguramente más apropiada.
Sigue habiendo aspectos, matices, tonalidades, vibraciones, subespecies, átomos, partículas, por explorar, allí y aquí, dentro y fuera. El eterno yin-yan, el perpetuo movimiento. Qué sería de todo sin el rozamiento…
El 90% de lo que existe, no se sabe de lo que está formado y además es invisible, sólo se sabe que está. Me resulta reconfortante pensar en la relatividad, creo que resulta necesaria, acaba con un paradigma y construye las bases de un nuevo conocimiento, un concepto revolucionario en la relación espacio/tiempo. Unas leyes dejan paso a otras.
El enamoramiento es un estado transitorio, muy intenso, estado de exposición pública y altamente expuesto, es independiente del número y del género, excitante, chispeante, con vida propia.
Después de las mariposas, el alivio , después la calma, el reposo, el asiento, el consiento, y finalmente el olvido y el descuido y ¡zás!, nuevo enamoramiento.
Es propicio atravesar las aguas, per-se-verar, mantenerse constante en la prosecucuión de lo comenzado, en una opinión o en una actitud. Constante no quiere decir de la misma forma, se refiere al ritmo, a un ritmo que se repite a intervalos, simétricos o no.
Si no se presta atención a la diversidad no se llega a comprender el conjunto. Así que sigo aquí, con más arañazos, con algunas cosas aprendidas, otras tantas olvidadas y con muchas otras por descubrir.